martes, 16 de diciembre de 2008

La música que me gusta: Charlie Hunter


A Charlie Hunter lo conocí por primera vez en el festival de jazz de Ceuta del año pasado. Recuerdo que en aquella ocasión estaba atravesando uno de los peores momentos de mi vida y que al entrar en el auditorio, busqué insistentemente un lugar apartado donde, además de conseguir estirar mis piernas, logrará protegerme de miradas inquisitivas o de explicaciones sancionadoras, o exploratorias, sobre mi situación personal en aquella época.

Fui con pocas expectativas de ver algo bueno y realmente interesante, aunque llevaba en mi mente un blues tocado por él que vi en el «YouTube», acompañado de un batería y un saxo genial, con un sonido metálico y eléctrico que te llegaba hasta el alma. Al centrar mi mirada en el escenario, antes de que se apagaran las luces y el personal que hacia tiempo se sentará en sus butacas, observé como el saxo no estaba y que su lugar había sido ocupado por un teclado. No me gustó aquel hecho y empecé a pensar que quizás lo mejor hubiese sido no venir. Por otra parte, de forma simultánea, un frío gélido empezó a envolverme poco a poco, y es que echaba de menos la presencia de mi compañera de siempre, con la que había compartido infinitos momentos de buena música.

Era evidente que estaba terriblemente equivocado y que hubiese cometido un gravísimo de error con quedarme en casa aquel día. De entrada, al apagarse las luces y brillar en el fondo del escenario las letras de neón con el logotipo del festival, vi como mi amigo Andrés, inesperadamente, se sentaba a mi lado acompañado de una mujer que, instintivamente, relacioné rápidamente con el amor del que tanto me había hablado y que, no sé por qué, presentí que se iba a aburrir soberanamente con aquello que iba a sonar en aquel momento.

Desde el instante en el que el trío de Charlie hizo su aparición en el escenario y comenzó a empaparse el auditorio con los punteos y bajos de su mágica guitarra de trastes inclinados y de ocho cuerdas, me dejé llevar por unas estructuras musicales impregnadas de un sabor muy úrbano, acústico y eléctrico, desagarrador y dulce a la vez, con una fuerza arrebatadora que, a partir de unos ritmos incialmente simples y muy limpios, hacían estremecer hasta el último centímetro de mi ser, y de todos los amantes de ese jazz fusionado e incrustrado en el rock y el pop, que transporta a una tierra de nadie donde las fronteras de los mal llamados estilos musicales, se difuminan y se desintegran para reencarnar a un nuevo ser donde todo es posible.

Recuerdo, como si lo estuviera viviendo ahora, que cuando el público aplaudía y silvaba el final de las intervenciones solistas de los miembros del trío, o de cada pieza tocada, entre Andrés y yo se producía una especie de diálogo de sordos, que era a su vez percibido por su acompañante con ciertos gestos y posturas manifiestas de estupefacción, incomprensión, ganas de irse a otro sitio inmediatamente o de descolocación de la escena y el lugar:


- ¡Tío, mi amigo Manolo tiene razón, joder, todo, absolutamente todo, nació en el jazz!
- ¿ Cómo coño puede tocar ese tío el bajo y la guitarra a la vez?
- ¡A mí lo que no me gusta es ese toqueteo del amplificador en plena actuación!
- ¡Fíjate ,tío, en los trastes inclinados de la guitarra!.
- ¡ El batería le da de puta madre!
- ¿Ves, nene?....¡esto si que es buena música de verdad!...
- ¡Muy elegante el tío del teclado!

Y cuando todo terminó, y me despedí de Andrés y su pareja, y empecé a sentir mi caminar en soledad hacia mi casa, y la exaltación por el buen momento vivido se escapó de mis manos, y abrí la puerta de la casa, y un estremecimiento terrible me acogió entre sus senos... me fui disparado al despacho, encendí desesperadamente el ordenador y pinché, como si en ello me jugase mi vida, ese blues «If 6 Was 9» de Charlie, que yo un día escuché y vi el el YouTube.


Diciembre del 2008

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